Estimados,
Este pasado mes de Marzo esta gacetilla cumplió 10 años. Una década, que se dice pronto, desde aquella primera entrada: la escena final del Don Giovanni, de Mozart: Es esta.
A lo largo de estos 10 años han circulado por estas páginas muchos inventos extraordinarios, textos de una profundidad inaudita, noticias importantes y extravagantes, eventos muy diversos, bodas, varios nacimientos, varias muertes, música antigua, algunos cometas, bastantes eclipses, mucha alquimia, mucha filosofía, mucha religión, mucha mística, mucha poesía, mucha ciencia, mucho amor que parecía mucho para revelarse poco y algún poco que demostró ser mucho, también hemos tenido amigos nuevos, amigos viejos, inamigos y desamigos y de todo ha habido y va habiendo en esta viña del Señor. Porque esto es una viña del Señor, que ha recibido 348.570 visitantes provenientes de 142 países que han llegado hasta aquí buscando información de lo más variopinto: desde el aedes albopictus a una buena traducción de algún texto cabalístico medieval. También hubo gente que venía a cotillear o a seguir la delirante literatura surgida de nuestra imaginación.
La cadencia de publicación disminuyó mucho a partir de un cierto instante, aproximadamente 2012, cuando Ludovico el Rojo se hizo cargo del mantenimiento de esta gaceta en mi ausencia, cuando yo fui a vivir a China primero y a Japón después, aprendiendo y estudiando nuevas maneras de ser y conocer. Ludovico me hizo el enorme favor de cuidar la casa y en el menester se ha comportado como un santo, o mejor aún: como un amigo (Jn 15, 15), toda vez que, durante seis largos años ha estado en el gobernalle de esta aventura y la ha mantenido dignamente a flote sin desvirtuarla en su espíritu. Hace un año volví de Oriente y hoy, tras un periodo de adaptación, me reintegro al consejo editorial de la casa.
Habrá algunos cambios de contenido, de acuerdo al nuevo rumbo magnético del Cosmógono. Habrá menos Alquimia y habrá menos Cábala. No obstante nada cambiará en lo esencial y siempre se pretenderá que el eventual visitante no salga de esta casa con las manos vacías.
Creo que no soy el mismo. Ver y tener el arcano que tantos buscaron desde la más remota antigüedad, no tuvo el efecto que de joven supuse, muy al contrario pues, ¿qué hace el constructor cuando ha coronado la obra? El mero acto de concluirla supone el fin de su oficio y de su arte. Ya no tiene obra a la que echar mano. Llegar, conseguir, tener, ganar, no son nada más que una antesala del perder. En consecuencia, se pierde. Se pierde todo lo que es artefactal y en su lugar aparece un infinito espacio de libertad, de demasiada libertad -de libertad sagrada-, que exige un modo radicalmente nuevo de estar en el mundo. Y aquí no supe encontrar este modo. Necesitaba expertos en el vacío, en la nada, en el no-ser, en el tiempo negativo y aquí en Occidente ni los había ni los hay. Hay que ir a Asia.
Hay que ir a Yunnan. Hay que ir a Fukui.
¿Qué hace el constructor cuando ha coronado la obra? Ahora lo sé: se sienta en la postura adecuada y practica Zazen. Abre un espacio de meditación en su pueblo para enseñar a meditar y medita sin esperar nada a cambio. Es agradable y es plausible.
A los que han estado visitando esta casa, gracias por su fidelidad. Todavía no he hablado con el doctor Luis Roger de varias cosas que hacen al caso, pero lo voy a hacer de inmediato. Con el resto ya iremos hablado.
Ahora, quiero celebrar estos diez años, que no se han pasado en un suspiro, sino en una eternidad. Desde la voz del valle,
Santiago Jubany