Con indisimulada alegría leo en el estadillo de la tarde que el primer monocordio de la familia ya ha arribado a manos de nuestro Kapellmeister, a la espera de que llegue el segundo que, en puridad, es el mío propio. Esto es una gratísima noticia y señal, pues además el instrumento advino entre grandes vientos y pneumas, que es lo que pretendemos estudiar. En este sentido, no quiero ni imaginar lo que pueda suceder a nivel atmosférico cuando maestro y discípulo, armados de sendos monocordios, estrenemos nuestro primer concierto para dos cuerdas místicas. Se hablará de ello.
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Tengo que pillarles a los dos, en plena faena, ya pedagógica, ya concertística, para plasmar en papel, pergamino, madera o tela, las evoluciones místicas, telúricas y atmosfércas que se deriven de vuesas manos y facies. Eso sí, acompañado de un buen vaso de Oporto.
Esto es una idea enorme, que podría efectuarse para la Convención de Marzo, mes en el que celebramos la muerte de Julio César, a la par que exaltamos su figura con prosopopeyas y rétoras. Además, se aprovecha para exaltar a la Primavera Renaciente con abundantes vinos, viandas, panes perfumados y coronas de mirto (que impiden que el vino haga mal). Suele haber una alta densidad de concurrentes y se anuncia puntualmente. Como es natural, vuesa merced estará muy al caso del evento.
Siempre ansié componer un oratorio con due monocordii obbligati.
Ahora ha llegado la hora de saldar esta cuenta conmigo mismo y con el mundo universal. Será un acontecimiento apoteósico; mejor dicho, apocatastática.
Tras ello me retiraré discretamente y viviré mis últimos años en el monasterio de Yuste.
Extracto del discurso de 22 horas que impartiré en breve sobre “El monocordio como imago mundi. Ethos y Pathos”):
“…Esa única cordatura del Monocordio, cuyo acorde cordial recuerda a los cuerdos la ley única: acordar la propia vida a la concordia que han concordado de consuno todos los seres. Vistas así las cosas, resulta ser el son del Monocordio el menos monocorde de entre todos, pues en su cuerda monádica, en su vibrato, hallan lugar todas las voces, desde las minerales a las angelicales, anudadas en ese único cordel…”
Afilo mis lápices, doy brillo a mi punta de plata, lavo con champú mis pinceles de kolinsky, y espero impaciente, con los oídos y el espíritu presto, los idus de marzo.